Querido Ángel:
Ya me habría gustado tener tanta cultura como para imaginar el nombre de fauco a partir de la mitología y relacionarlo con mi gran afición. Eso habría sido pura magia.
Es mucho más vulgar: Yo soy el más pequeño de nueve hermanos y nací, sietemesino y mellizo en el Puerto de Santa María, donde mi familia estaba pasando el verano en casa de mis abuelos maternos. Al ser dos los que llegamos al mundo, de improviso, y por temerse por nuestro futuro, nos bautizaron con el “agüita de socorro” y sin pensarlo mucho nos pusieron el nombre de nuestros abuelos: Ernesto y Rafaela. Éramos dos varones y a mí me correspondió el de mi abuela a la que por deformación (Rafaela…Rafaeluca…Fauca) dieron por llamarla fauca y a mí, por acomodación me llamaron fauco.
Como soy muy poco original, cuando tuve que adoptar un nombre para mis actuaciones mágicas y siguiendo la costumbre de aquellos primeros años de los sesenta (nombres cortos y sonoros) no dudé en escoger aquel con el que estaba tan familiarizado. La verdad es que me gusta.
Cuando terminé los estudios universitarios (1966 - Ingeniería de Montes) mi aspiración era quedarme en la Escuela, de profesor auxiliar en alguna cátedra relacionada con la botánica o la fisiología vegetal. Mi padre que ese año se jubilaba y que había sido catedrático de botánica me dijo categóricamente: “nadie puede dar lo que no tiene”. Para enseñar, en una escuela de ingeniería, primero has de ejercer la profesión como ingeniero y dedicarte, a la vez, al estudio de la materia en la que pretendas formar a los alumnos. Deberías empezar por buscar trabajo “en provincias”, (esa era una acepción, no peyorativa, que definía el empezar por el principio). Busqué trabajo y encontré una buena colocación en Málaga; de ahí pasé, en 1971, a Almería, hasta 1978 en que regresé a Madrid. Nunca perdí mi vocación por la enseñanza, pero los cambios en la estructura universitaria me pusieron barreras que no fui capaz de franquear para acceder a un puesto docente en algún departamento universitario. Me contento con dar clases en cursos máster y de especialización.
Por lo tanto, Málaga, Almería, Cádiz (en los veraneos) y Madrid fueron los territorios donde presentaba mi magia, siempre en el campo aficionado. Posteriormente, mi trabajo me lleva por múltiples derroteros y en todos (como nos sucede a cualquiera de los que compartimos este foro) he dejado muestras de mi afición. Me considero muy extrovertido y una forma de manifestarlo es a través de la magia; no me cuesta ningún esfuerzo dar una pequeña sesión.
Soy muy amigo de la varita mágica. Cuando hacía magia de escenario empezaba la actuación sacando, de una carterita minúscula, una varita con la que me apoyaba para algunos escamoteos. Hoy suelo llevar en la chaqueta una varita, pequeña, para presentar una maravillosa versión del juego “wiregram” que me enseñó un buen amigo cuyo avatar en este foro es “enfile”. La versión responde a la pregunta ¿conoces el mecanismo de la varita mágica?. Con permiso de Fernando la expondré sucintamente, en el bien entendido que supongo que todos conocéis el juego del alambre que por calor adopta la forma de una carta que previamente ha sido elegida por un espectador. El juego lo presento adivinando dos cartas; para la primera, explico que al frotar la varita contra la manga de la chaqueta, o con el mantel o una servilleta, se produce calor (está claro) y que a partir de esa generación de energía puedo percibir la carta que es, pasando la varita por encima de la carta que está de dorso sobre la mesa. Ante el asombro pregunto si conocen cuál es el mecanismo de la varita mágica y desenroscando uno de los extremos (utilizo una varita hueca que los extremos son tapones) extraigo un alambre y lo enseño como el alma. Lo dejo ver y toquetear. Explico que el calor producido excita ese ánima y que es capaz de revelar el misterio. Para hacerlo patente, tomo un mechero y bla bla bla.