Jugger, aqui transcribo el mensaje del otro foro, creo que te gustara aunque no es lo que piensas, como veras este es un cuento de adultos no de niños y la magia la tiene metida en las palabras, si le sabes dar sentimiento y la cadencia adecuada.
Aqui tienes el mensaje
:
En varias ocasiones he experimentado desde ambos lados del espejo, la magia que provoca la palabra a veces de mano de un cuento.
A veces han sido magos/as, a veces no, pero son muchas las ocasiones en la que me han puesto los vellos de punta al escuchar historias, contadas con sentimiento, y esto puede llegar a ser y es de hecho magia.
Hace mas o menos un año, desde el desierto de Arabia Saudita encontré en el laberinto de Internet esta historia que tiene algo que ver con la llegada del nuevo año y que se me antoja que puede ser un bonito regalo para aquellos de ustedes que no la conozcan y sobre todo para aquellos cuenta cuentos que la quieran regalar con el sentimiento y respeto que merece esta ensalada de palabras.
Diciembre 2001, Carlos Hampton
El brindis del bohemio (autor desconocido por mí)
En torno a una mesa de cantina, una noche de invierno regocijadamente departían seis alegres amigos. Los ecos de sus risas se escapaban y de aquel barrio quieto, iban a interrumpir el imponente y profundo silencio de la noche.
El humo del tabaco se elevaba al cielo en espirales simbolizando al revolverse en nada la vida de los sueños.
Pero en todos los labios había risas, inspiración en todos los cerebros y repartidas en la mesa copas llenas de ron, güisqui y coñac.
Era curioso ver a aquel conjunto, de aquel grupo bohemio, del que brotaba la palabra chusca, la que vierte veneno, lo mismo que melosa y delicada, la música de un verso.
Con cada nuevo comentario, las penas hallaban se mas lejos del grupo y nueva inspiración llegaba a todos los cerebros, con el idilio roto que venia en alas del recuerdo.
Se me olvidaba decir que aquella noche aquel grupo de amigos celebraba entre risas, comentarios, chascarrillos y versos, la agonía de un año, que amarguras dejó en todos los pechos, y la llegada, consecuencia lógica, del feliz año nuevo...
Una voz varonil dijo de pronto: ¡Las doce compañeros! Digamos un réquiem por el año que ha pasado a formar parte entre los muertos ¡Brindemos por el año que comienza! Porque nos traiga ensueños; porque no sea su equipaje un cúmulo de amargos desconsuelos.
Brindo, dijo otra vez, por la esperanza, que a la vida nos lanza, de vencer rigores del destino, por la esperanza; nuestra dulce amiga, que las penas amigas, que las penas mitiga y convierte en vergel nuestro camino.
Brindo porque ya hubiese a mi existencia puesto fin con violencia, dibujando en mi frente mi venganza; si en mi cielo de tu limpio y divino no alumbrara mi sino una pálida estrella; mi esperanza.
¡Bravo! Dijeron todos. “Inspirado esta noche has estado, hablaste breve, bien y sustancioso. El turno es de Raúl, alce su copa y brinde... por Europa. Ya que su extranjerismo es delicioso. Bebo y brindo, clamó el interpelado, brindo por mi pasado que fue de luz, de amor y de alegría, y en el que hubo mujeres seductoras y frentes soñadoras que se juntaron con la frente mía.
Brindo por el ayer, que en la amargura que hoy cubre de negrura mi corazón, esparce sus consuelos trayendo hasta mi mente las dulzuras, de goce, de ternuras, de dichas, de delirios, de desvelos...
Yo brindo, dijo Juan, porque en mi mente brote un torrente de inspiración divina, seductora, porque vibre en las cuerdas de mi lira el verso que suspira, que sonríe, que canta y que enamora.
Brindo, porque mis besos, como saetas, lleguen hasta las grutas formadas de metal y de granito: del corazón de la mujer ingrata que a desdenes me mata... ¡pero que tiene un cuerpo muy bonito!
Por que a su corazón llegue mi canto, porque enjuguen mi llanto sus manos que me causan embelesos, porque con creces mi pasión me pague... ¡vamos! Que me embriague con el divino néctar de sus besos.
Siguió la tempestad de frases vanas, de aquellas tan humanas que hallan en todas partes acomodo, y en cada frase de entusiasmo ardiente hubo ovación creciente, libiaciones, reír y de todo.
Se brindó por la Patria, por las flores, por los castos amores que hacen un valladar de una ventana, y por esas pasiones voluptuosas que el fango del placer llena de rosas y hacen de la mujer la cortesana.
Solo faltaba un brindis, el de Arturo, el del bohemio puro, de noble corazón y gran cabeza; aquel que sin ambages declaraba que solo ambicionaba robarle inspiración a la tristeza.
Por todos estrechado, alzó la copa frente a la alegre tropa desbordante de risa y contento. Los inundó en la luz de su mirada, sacudió su melena alborotada, y dijo así, con inspirado y acento:
Brindo por la mujer, mas no por esa en la que halláis consuelo en la tristeza, rescoldo del placer, ¡desventurados! No por esa que os brinda sus hechizos, cuando besáis sus rizos artificiosamente perfumados.
Yo no brindo por ella, compañeros, siento por esta vez no complaceros. Brindo por la mujer, pero por una, por una sola. Por la que me brindó sus embelesos y me envolvió en sus besos; por la mujer que me arrulló en la cuna.
Por la mujer que me enseñó de niño, lo que vale el cariño exquisito, profundo y verdadero, por la mujer que me arrulló en sus brazos y me dio en pedazos, uno por uno, el corazón entero.
¡POR MI MADRE, bohemios! Por la anciana que piensa en la mañana como en algo muy dulce y muy deseado, porque sueña tal vez, que mi destino me señale el camino, por el que volveré pronto a su lado.
Por la anciana adorada y bendecida por la que la sangre me dio la vida, ternura y cariño; por la que fue luz del alma mía y lloró de alegría, sintiendo mi cabeza en su corpiño.
Por esa brindo yo, dejad que llore y en lagrimas desflore esta pena letal que me asesina; dejad que brinde por mi madre ausente, por la que llora, por la que siente que mi ausencia es un fuego que calcina.
Por la anciana infeliz que gime y llora y que del cielo implora, que vuelva yo muy pronto a estar con ella; por mi Madre bohemios, que es dulzura vertida en mi amargura y esta noche de mi vida, estrella...
El Bohemio se calló; ningún acento profanó el sentimiento nacido del dolor y la ternura. Y pareció que sobre aquel ambiente flotaba inmensamente un poema de amor y de amargura.