No sé muy bien cómo empezar a contar lo que he sentido o vivido. Quizá no debería contarlo porque es algo sujeto al pudor, que pertenece a al intimidad personal por ser materia de sufrimiento o de pensamientos y sentimientos muy íntimos, pero es posible que estas consideraciones y experiencias puedan ayudar a otras personas que el día de mañana pasen por lo mismo, recuerden este mensaje y lo busquen. Así mismo también a mí me viene muy bien plasmar por escrito las ideas y conclusiones que he sacado con esta durísima experiencia, para tenerlas claras y que no se me olviden.
Tengo que dar muchísimas gracias a Dios (y a la Virgen María, madre buena y mediadora de todas las gracias) por el valiosísimo don de la Fe. Sin ella, ahora estaría en un infierno en la Tierra, una tortura atroz que he podido sublimar en forma de Cruz, en forma de sufrimiento ofrecido a Dios, con sentido y valor, pero sobre todo con una inmensa Esperanza. Puedo decir que dentro del dolor de los recuerdos del momento final y de la amargura del vacío dejado, estoy contento y feliz, MUY CONTENTO, MUY ALEGRE Y MUY FELIZ, e inmensamente agradecido a Dios por tantas gracias como nos ha concedido, a mí y a mi familia.
Mi madre, de 73 años, falleció hace seis días de un infarto del que no pudieron reanimarle la ambulancia y el Samur que vinieron a mi casa, enormemente tarde ambos, aunque es posible que no hubieran podido hacer nada de haber venido antes. Mi madre padecía de insuficiencia cardiaca y era hipertensa; tomaba pastillas para todo ello, aunque se resistía un poco a ir al médico a que se las renovara o a hacerse pruebas, porque tenía lo que se llama "terror a la bata blanca", es decir, pánico a los médicos y a los hospitales; sólo pensar en ir al médico se ponía ya enferma, era muy nerviosa. No obstante, este episodio le sucedió al volver del médico, quien le dijo que tenía la tensión alta y que se tomara un tranquilizante porque estaba muy nerviosa.
Mi consuelo se basa en cuatro afirmaciones que me alivian enormemente y que creo que pueden hacer lo mismo con cualquier persona de fe que el día de mañana le ocurra una desgracia así.
1º._FE
En primer lugar, la certeza de que mi madre está viva, sólo que separada de su cuerpo temporalmente. Y no sólo viva, sino -como espero en la virtud de la Esperanza- en el Cielo, con el Señor.
La muerte no es nada -en el sentido de que no es algo extraordinario o antinatural, sino algo muy natural y que le ha sucedido a todo el mundo, y nos sucederá a nosotros no dentro de mucho. Antes de 100 años, todos los que leemos esto ya estaremos separados de nuestro cuerpo. Así le ha ocurrido a los millones y millones de seres humanos que han nacido, y cada día estamos escuchando noticias de que hoy ha caído aquél y ayer el otro y anteayer el vecino. Nada hacía imaginar que le podía pasar algo a mi madre, ni siquiera unos minutos antes del hecho, en que yo hablé con ella normalmente y también con una vecina. La muerte a veces no avisa, y desde luego puede venir a cualquier edad. Esto es así, y se puede no pensar en ello, como el estudiante puede no pensar que el lunes tiene un examen, pero llegará el lunes y lo tendrá. No pretendo asustar a nadie sino resolver el hecho de la muerte a base de naturalizarlo e integrarlo en el de la vida, en vez de resolverlo censurándolo y mirando a otra parte.
No es un hecho para llevarse las manos a la cabeza, es que es lo que toca. Algunos se van antes, otros después, algunos repentinamente, otros en enfermedades largas, algunos con más dolor y otros con menos, algunos por temas de salud, otros por accidentes y otros por violencia... Es tan natural como tener sed y beber un vaso de agua, y tan seguro como que dentro de unos segundos vas a tener que respirar. Te lo pide el cuerpo y la vida. Y también la muerte te la pide la misma vida. El sol sale y se pone. Así es, así fue y así será. No es algo trágico, aunque nos arruine los planes e ilusiones y nos sorprenda con un golpe durísimo; hay que saber convivir con este hecho. No pasa nada, es normal.
Pero la muerte ¿Qué es? Pues eso, desde la fe: nada, o casi nada. Lo que es TODO es lo que viene después, pero en sí, la muerte es una nimiedad, no es nada. Es cambiarse de casa, mudarse a otro sitio. Sigues viviendo pero en otro sitio mucho mejor, si has cumplido con lo que Dios te ha hecho ver que tenías que cumplir. Mi madre, por tanto, está viva, tan viva como yo y como tú que me estás leyendo. El alma no puede morir, porque no tiene materia. El cuerpo sí, el cuerpo se desprende como el capullito en que va envuelta una mariposa, como los dientes de leche de un niño, como nuestro pelo que se extiende bajo el asiento de la peluquería y nos vamos y ahí lo dejamos sin pena de que una parte de nosotros se quede allí; nadie llora por sus cabellos cortados. El cuerpo muerto es como una uña que se corta, sin que virtamos lágrimas por que parte de nosotros haya ido a la basura del cuarto de baño.
¿Y el alma? Es la parte de nosotros que no es el cuerpo, mi yo, lo que soy de verdad. Cuentan que un soldado creyó en el alma cuando, segundos después de estar hablando con su mejor amigo en una trinchera, una bala le dejó a éste sin vida. Su cuerpo yacía inerte. ¿Cómo es posible que segundos antes, esa persona tuviera su personalidad, sus pensamientos, sus emociones, su vida, sus risas, sus sufrimientos, y que un poco después no hubiera más que un montón de huesos y tejidos abandonados en el suelo? La diferencia entre una situación y otra, es el alma. Lo vio muy claro.
Mi hermana estuvo presente en el momento de la muerte de mi madre. Cogía su mano llorando y yo le decía que se estaba confundiendo, que nuestra madre ya no estaba allí, sino que nos estaba mirando desde fuera de su cuerpo. No en un lugar concreto, porque un espíritu está fuera del espacio y el tiempo, pero pretendía que comprendiera, que no se agobiara con el pensamiento de que nuestra madre había desaparecido, extinguido como la llama de una vela. ¡Eso sí que sería insoportable, horrible! Mi madre está tan viva como nosotros, pero se le ha desprendido el cuerpo como a quien se le cae la costra de una herida, y en un futuro lo recuperará. Durante estos días hay un par de expresiones que he detestado y corregido a quien las empleaba: una era la de que "¿En qué sala del tanatorio está tu madre? ¿En dónde van a enterrar a tu madre?" etc. ¿Cómo que mi madre? ¡Ese cuerpo no es mi madre! Fue parte de ella y lo volverá a ser algún día, pero no es ella. Eso significaría que estamos enterrando a una persona, que Dios quiere esa barbaridad. ¿Cómo es posible que tengamos estas expresiones tan crueles en nuestro habla coloquial? ¡Pobrecitos los que que las oyen y no saben detectar su crueldad para rechazarlas! Mi madre está viva y ese cuerpo no tiene nada que ver ahora con mi madre, más que perteneció a ella, y que en un futuro se fusionará de nuevo con el alma, tal y como creemos los católicos y figura en el Credo. “¡Para Dios no hay nada imposible! -dijo el Arcángel San Gabriel a la Virgen-”. Es que un ser humano sin cuerpo no está completo, no somos almas sino hombres o mujeres con alma y con cuerpo; de la misma forma que tú y yo no tenemos el mismo cuerpo que hace siete años, porque ya hemos cambiado todas nuestras células y las moléculas que las constituyen, y sin embargo seguimos siendo los mismos. La otra expresión irritante es : "Ella hubiera querido que... A ella le hubiera gustado que..." ¡Pero bueno! Es indignante y qué pena me da tanto pobrecito familiar que tiene que sufrir estas expresiones usuales. Esa forma de hablar implica que esa persona ya no existe. Habrá que decir: "Ella querrá que... A ella le gustará que..." A ver si cuando nos ocurra algo así, nos espabilamos y desactivamos estas bombas semánticas con que nos agredirá todo el mundo, bienintencionadamente, sí, pero destructivamente.
Mi madre está viva, y está en el Cielo, con Dios, en brazos del Amor, como espero. Estoy prácticamente seguro o por lo menos tengo la virtud de la Esperanza en ello. Mi madre es una persona muy buena, generosa con todos, alegre y positiva. Cada domingo íbamos a misa y comulgábamos. Así mismo rezábamos diariamente la Hora de la Divina Misericordia (una devoción muy potente en la que hay que acordarse a las tres de la tarde de la Pasión del Señor y de su Divina Misericordia por haber muerto por nosotros), y curiosamente, la hora de su muerte fue las tres de la tarde. ¡Qué detalle más bonito del Señor! Le he encargado misas gregorianas y estoy ganando indulgencias plenarias cada día por su alma y lo voy a seguir haciendo si Dios me da fuerzas (no voy a entrar aquí en cómo se hace, porque se puede buscar por Internet). A todo el mundo le pido oraciones, sin la vergüenza que en otro tipo de situaciones tendría, a cualquiera que la conocía, en el foro, y hasta al Rey de España o a Obama que viera, le pediría una oración sin cortarme, porque por mi madre hago todo, faltaría más. Y son oraciones que sé que sirven, si acaso las necesitara para pasar del Purgatorio al Cielo, aunque espero que no le harán falta. También, mientras estaba inconsciente aunque con los ojos abiertos, agotándose su respiración y llena de sangre producto de la caída, mientras le hacía la respiracion artificial, recordé un consejo de un sacerdote: decirle al oído: "Dios mío, perdóname. Dios mío, perdóname. Dios mío, perdóname". Es un acto de contrición como el "Señor mío, Jesucristo". pero en sólo tres palabras. Las personas inconscientes, muchísimas veces oyen y entienden -y lo han contado después-, y si gracias a que les recordemos este acto de contrición, lo recitan internamente o lo aceptan, equivale a una confesión con un sacerdote -ya que cuando no hay sacerdote para confesarse y se está en peligro de muerte, no hace falta sacerdote para que el sacramento sea válido-. Creo que es muy probable que mi madre haya recibido este sacramento de la confesión gracias a mis palabras en su oído. Espero, pues, con mucho fundamento teológico, que su alma no esté en el Purgatorio sino directamente en el Cielo.
Así que en estos momentos, mi madre está gozando del Señor. ¿No es para estar contento y alegre? Porque ¿Qué es el Cielo? Es la posesión de Dios, la fusión con Dios. El Cielo es el conjunto de todos los bienes sin mezcla de mal alguno. Por la sencilla razón de que todo lo bueno que conocemos no es otra cosa que el reflejo de La Bondad (que es Dios), todo lo bello que contemplamos es el pálido reflejo de La Belleza (que es Dios), todo lo maravilloso, lo placentero, lo hermoso, lo noble, lo perfecto,... todo brota de una fuente única: Dios. Cualquier cosa buena que imaginemos, la tendremos en el Cielo. Contaba un sacerdote como anécdota graciosa que, explicando que en el Cielo estaba todo lo bueno, una niña le preguntó si habría allí morcillas de cebolla, porque le gustaban mucho. Pues sí, aunque parezca irrisorio o futil, en el cielo hay morcillas de cebolla, y pizzas y partidos de fútbol y viajes y risas y juegos y cine y salir con amigos... No sabemos en qué forma, si será multidimensionalmente o sucesivamente o por elección o según la personalidad de cada cuál, no lo sabemos, pero todo eso y mucho más inimaginable estará en el Cielo. ¡Soñad y os quedaréis cortos!, decía un santo. Y San Pablo, que tuvo una visión del Cielo dijo: "Ni ojo vio, ni oido oyó, ni por mente humana ha pasado nunca, las maravillas que Dios tiene preparadas para los que le aman". Y es que: ¿Qué no nos dará un Padre tan bueno? ¿Qué daríamos nosotros a nuestros hijos? ¡Pues todo y más, lo que pudiéramos! ¿Qué le daría yo a mi madre si Dios me encargara prepararle el Cielo? Pues fíjate, ni te cuento, todo lo bueno que se me ocurriera y más que le pediría a Dios. Lo máximo que pudiera. Pues Dios quiere a mi madre mucho más que yo, infinitamente más que yo. Al lado de cómo la quiere el Señor, yo desprecio a mi madre. En comparación con su Amor, yo la detesto y abomino. Porque el Amor de Dios es infinito -y más que infinito, ya que el mismo concepto de infinitud también es una creación de Dios-.
Es decir, que el primer pensamiento que me llena y que me hace estar contento y alegre es que mi madre está tan viva como yo, y disfrutando enormemente de Dios. Pero ¡si es que Dios se ha dejado matar en la Cruz por ella! ¿Qué no le dará? ¿Habrá algo que le niegue? ¿Y La Virgen María, esa madre tan buena, ¿qué dejará de darle si nos ama más intensamente y mejor que todas las madres del mundo juntas? Puedo estar tranquilo. La estarán tratando a cuerpo de Reina. No me lo puedo ni imaginar. Menos mal que se encarga Dios de todo esto, porque yo haría una triste y pobrísima chapuza de Cielo, y eso que le daría todo lo bueno que se me ocurre.
Así que estoy alegre y contento, ¡y que suenen las campanas y las guitarras. Que se baile y llueva confeti en todo el universo. ¡Mi madre está con el Señor recreándose de sus maravillas y pasándolo mejor que nunca, como no nos podemos imaginar! ¿Hay algo mejor, más gratificante o más bonito?
2º._ ESPERANZA
El segundo pensamiento que me consuela es que la voy a volver a ver. No sé cuándo. No sé si dentro de treinta años o de cuarenta, o a lo mejor de veinte, o de diez, o de cinco, o menos todavía. Pero la voy a volver a ver si me porto bien (suena infantil... “si me porto bien”; es que somos niños ante nuestro Padre y nuestra obligación es portarnos bien, quererle y ser muy obedientes). Es decir, si hago la Santísima Voluntad de Dios. Por tanto, mi consuelo no es simplemente saber que está muy bien, que está gozando "como una enana",-valga la expresión popular pero con la fuerza precisa para expresar el concepto-, y que tenga que consolarme con ello sin verla. No, es que yo voy a ir allí, si Dios quiere. Es que voy a verla con mis ojos otra vez, y a oirla con mis oídos físicos, como también mi madre se habrá encontrado con mi abuelita, mi abuelito, mi tía Bienve, mi tía María, su abuelo Ramón...
Es una separación temporal y de tiempo breve, porque los años que faltarán hasta que yo atraviese la muerte, pasan volando (suponiendo que sean unos años y no antes, porque hoy, con tantos accidentes, peligros y amenazas de todo tipo,... puede que sea mucho antes). Pero suponiendo que sean unas décadas,... de verdad que pasan volando. No nos enteramos. Cada dos por tres es Nochevieja y estamos con las uvas. Al poco tiempo ya es primavera, verano, se acaba el verano rapidísimo y ya va oliendo de nuevo a Navidad, que llega enseguida. Y otras uvas... Esto va como un fórmula 1. Si cierro los ojos y recuerdo, puedo creerme que todavía tengo 10 años o 15 o 20, ¡porque es que parece que fue ayer! ¿Quién me ha quitado los años que faltan en medio? ¿Los he vivido ya? Pues no me he enterado mucho, la verdad... ¿Vosotros sí?
Es decir, que la separación por la muerte de un ser querido no es como una de esas novelas en que una madre da a su hijo en adopción a un matrimonio muy rico, sabiendo que no lo va a volver a ver, pero sabiendo también que el niño va a vivir una vida maravillosa. No lo volverá a ver pero se sacrificará por él. Ella se fastidiará privándose de él para siempre, pero su consuelo será pensar en lo bien que lo estará pensando su hijo. No, no es esto. En esta historia de la muerte, la madre de la novela vuelve a ver a su hijo en un par de meses y a mudarse definitivamente a la mansión de esos millonarios. Es como si a mi madre le hubiera tocado la lotería, el Euromillón veinte veces seguidas, y se hubiera comprado una casa preciosa en un país lejano. Se va, y es como si yo de momento no pudiera acompañarle porque tuviera unos asuntos pendientes que resolver en España, pero un tiempo después ya sí que puedo, cojo un avión y me voy definitivamente allí. Es decir, es una separación temporal, no definitiva.
Por tanto, sé que está "pasándolo bomba" en brazos del Amor, pero sé también que en unos años la veré otra vez y compartiremos todas esas maravillas en Dios. ¡Qué gran consuelo!
3º._ORACIÓN
El tercer pensamiento que me alivia es que mi madre no solamente está gozando del Señor, no solamente voy a volver a verla y estar ya con ella para siempre en unos años, sino que también puedo comunicarme con ella ya mismo y durante todo este tiempo que falte.
No es una comunicación clara en el sentido que va desde ella hacia mí. Depende de la Voluntad de Dios que permita esa comunicación, pero en líneas generales sí que puedo sentirla. Lo que sí que puedo es contarle cosas, que todas las escuchará y me atenderá, y seguro que voy a sentir su ayuda y protección. Y es posible que el Señor le permita hablarme. No con palabras audibles físicamente -no espero una visión o un prodigio sobrenatural, porque Dios recurre a ellos en muy contadas ocasiones- pero sí muchas veces permite una comunicación interna entre un alma del Cielo y una persona todavía en la Tierra, a nivel de sugerencias, de escuchar su voz en mi interior o de sentirla, de ver claro en mi mente un pensamiento que no ha salido de mí y que ella haya podido ponerlo allí.
Recuerdo el momento del entierro. Yo le decía a mi hermana -y yo también lo hacía- que cogiera físicamente la mano de mi madre, que cerrara su mano en torno a la mano espiritual de nuestra madre. Así teníamos claro de que en ese ataúd que estaban sepultando no iba ella, porque estaba con nosotros de este lado de la escena; la estábamos tocando. No quiero ni pensar lo que deben sentir los familiares que crean que su ser querido está siendo sepultado. No quiero ni pararme a pensarlo, es demasido horrible.
Esta pena por los que no tienen fe ha sido una reflexión recurrente que no he podido evitar estos días. ¿Cómo tiene que ser esto para alguien sin fe? Afortunadamente hay personas más duras, más recias y que soportan más fríamente estas situaciones. Es un gran regalo de Dios, aunque ellas no lo sepan, esa frialdad. Pero sé que hay otras más sensibles. ¿Cómo pueden soportar sin fe estas situaciones? Si el que se muere es un ser querido lejano, no es lo mismo, pero unos padres a los que se les muere un hijo, o viceversa, o un marido su mujer si están muy unidos, o un hermano pequeño al que se le muere el otro cuando todavía sus vidas no han divergido... Estos días -que me perdonen los que no estén de acuerdo, que respeto mucho sus opiniones- me ha parecido un crimen el que no se forme a los niños en la religión, que se les aparte del consuelo de la fe, no pido ya que sea la católica pero que tengan un fundamento espiritual muy sólido. No digo imponerles la religión, pero que la conozcan por lo menos, que sean libres de acudir a ella en estos momentos si les da la gana, y no que no sean capaces de beneficiarse de la fe porque ignoren estas herramientas espirituales. Es que para muchas personas, estas situaciones deben ser una tortura tan grande que no quiero imaginarla porque me pongo malo, como la que hubiera tenido yo sin fe.
4º._ CARIDAD
Y el cuarto pensamiento que me motiva es el valor de la cruz personal, del sufrimiento. En el episodio trágico que he contado antes, mi hermana lloraba y yo le dije: ofrece este sufrimiento por la mamá, porque así le vas a ayudar más que con mil oraciones que le rezaras. Cada vez que siento el dolor del vacío y del recuerdo de esos momentos, experimento dolor. Pues ese dolor lo ofrezco al Señor por mi madre, y por tanto encuentro el sentido profundo de ese sufrimiento. Aunque me duele, me alegro de que me duela porque vale para ella. Es como un dolor de parto, que duele pero que alegra por lo que sirve. Cuando lloro, cuando se me estremece de dolor el cuerpo, cuando parece que me voy a desmayar, sé que ese dolor le sirve a mi madre, si es que necesitara ayuda para acceder al Cielo. Tengo un pequeño crucifijo que coloco en la mesa o en el lugar en donde estoy en cada momento, para recordarme que ese momento lo estoy ofreciendo a Dios, uniéndome a su sacrificio en la Cruz. Beso ese crucifijo en los momentos de mayor dolor y casi lo absorbo con el beso, exprimo el dolor de la Cruz, porque no quiero rechazar ni una sola gota de dolor. Todas esas gotas valen oro y diamantes, y las relamo como un niño que deja limpia una copa de helado. No es goce del dolor, no es masoquismo, es goce del fruto de ese dolor amargo, saber su infinito valor y beneficiarme de él. Y me quedo consolado, como un estudiante que acaba de terminar los deberes; cansado pero paladeando el sobresaliente que le van a poner, el verano limpio de asignaturas pendientes que va a pasar. La satisfacción del deber cumplido, de que todo está saliendo bien y va a salir bien.
Bendito sea el dolor, amado sea el dolor, santificado sea el dolor... ¡Glorificado sea el dolor!
Estos cuatro pensamientos son principalmente los que me consuelan y me hacen estar alegre, contento y con paz, habiendo muerto quien más quería. Le pido al Señor que, al haberlos escrito, alguien pueda beneficiarse leyéndolos si le acontece algo parecido.
Así mismo, tendría que abrir un capítulo más. El capítulo de agradecimientos a Dios por todo lo bueno que me ha dado. A unos les concede unas gracias y otros otras. Lo bueno que me ha concedido a mí no tiene por qué concedérselo a otra persona, y lo que le concede a esa persona, quizá no me lo haya concedido a mí. Así que estos agradecimientos son personales, pero cada cual tendrá sus propios regalos que agradecer.
En mi caso, en primer lugar, tengo que agradecer al Señor la muerte de mi madre. Este es el punto más difícil de comprender. ¿Por qué agradecer algo que parece malo?
Pues porque no es malo. Nada es malo. Todo lo que nos da el Señor es para bien. Todo lo que nos sucede es la Santísima Voluntad de Dios. Él es sapientísimo, sabe muy bien por qué hace las cosas. Para nosotros, la vida es como un tapiz visto por detrás: vemos hilos sueltos, nudos,... Sólo cuando vayamos al Cielo lo veremos por delante y entenderemos que aquel hilo verde que colgaba era para colorear las hojas de un árbol, que aquellos nudos azules forman un río precioso por delante del tapiz, que la mancha amarilla informe era un sol amaneciendo,... Ahora no comprendemos nada; en todo caso podemos intuir, pero poco sabemos. Ya entenderemos por qué ha sido todo, por qué nos ha pasado cada suceso de nuestras vidas. Todo es por algo, hasta la más mínima cosa que nos ocurre, todo tiene su porqué.
Por eso dice Jesús que no temamos, que todo está controlado, que hasta los cabellos de nuestra cabeza están contados. Si están contados nuestros cabellos ¿cómo no estará controlado todo lo demás que nos sucede? Por eso, el buen cristiano tiene un par de frases que no se le despegan de los labios: "Dios proveerá" y “Hágase tu Voluntad”. Todo va bien, todo lo que pasa es para bien, para que crezcamos espiritualmente. Una enfermedad puede servir para cambiarnos, para hacernos santos. Un sufrimiento puede servir para ofrecerlo y expiar pecados pasados o ayudar a otras personas o a las almas del Purgatorio. No es que Dios envíe desgracias, que vienen solamente como consecuencia teológica del pecado del Hombre, pero ya que están, sí que las aprovecha para sacar bienes de esos males necesarios que no puede evitar (porque aunque Dios es omnipotente nos ha regalado el don de la Libertad y es como si se hubiera "atado las manos" teológicamente para intervenir). Dios es el primero que sufre con nuestros males y el primero que no los desea aunque los administre, pero son fruto de los pecados de la Humanidad a lo largo de los siglos.
Por tanto, todo lo que nos pasa es bueno, hasta lo que creemos malo. Si mi madre ha muerto ahora, así ha sido porque Dios lo ha querido por alguna razón, y seguro que ha sido LO MEJOR QUE ME PODÍA HABER PASADO, tanto a mí como a mi madre. Si este suceso viene de Dios, y la Santísima Virgen no ha querido interceder ante su Hijo para remediarlo, es porque es un gran regalo que hemos recibido. Así que digo como dice Jesús: ¡Hágase tu Voluntad! ¡Hágase mil veces tu Voluntad! Como el niño al que su padre le da una medicina que sabe mal, pero si el niño es noble y con cierta madurez, sabrá que lo que le da su padre es por bien, que no puede ser malo, y se toma eso que sabe tan mal aunque no entienda por qué. O cuando su madre le dice que no estudie y no juegue tanto, o que se deje cierto amigo con el que va, porque no le conviene... el niño obediente, que no lo entiende y tiene una opinión contraria, lo hace, porque sabe que es todavía pequeño y no sabe tanto como sus papás. Así que ¡Gracias, Señor, por la muerte de mi madre! ¡Era lo mejor que nos podía pasar a ella y a mí! ¡Hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada, la justísima y amabilísima Voluntad de Dios sobre todas las cosas! AMEN. AMEN.
Pero también he de agradecer al Señor muchos otros regalos que me ha hecho con la muerte de mi madre y cuyo valor sí que comprendo.
Por ejemplo, ¡qué gracia tan grande es que haya muerto repentinamente! Eso no lo concede el Señor a todo el mundo. Mi madre tenía horror a los médicos y a los hospitales. No subía en ascensores porque le agobiaban los espacios cerrados y el temor de que se pararan. Hubiera sido una tortura para ella -y para mí al verla- ser hospitalizada largo tiempo o acudir al hospital periódicamente para ser tratada en cualquier enfermedad larga. Y el Señor se la ha llevado rápido. Ella tenía gran devoción al madrileño Cristo de Medinaceli y al Cristo de la Buena Muerte. Hay una oración que termina diciendo: "Dadme una vida serena, una muerte santa y buena, Cristo de la Buena Muerte", que rezaba ella y que yo también rezaba por duplicado: una para mí y otra para mi madre. Pues el Cristo de la Buena Muerte se lo ha concedido. No podré nunca terminar de darle al Señor gracias suficientes por este gran regalo. Sobre todo pensando que una subida de tensión repentina podía haber acarreado perfectamente una parálisis que hubiera sido un verdadero horror para ella y para los familiares. Y la mano buena del Señor nos ha librado de pasar por ahí, sin que lo merezcamos. A nosotros nos ha dado este gran regalo, cada cual tiene gracias y regalos diferentes.
También tengo que agradecer al Señor que le haya concedido tres años más de vida de lo que le correspondían, ya que hace dos años tenía un cuadro de insuficiencia cardiaca con dificultad para respirar (no podía dormir tumbada sino algo erguida) y tenía los piernas hinchadas por la retención de líquido. Los tratamientos médicos no habían podido paliar la enfermedad. Se me ocurrió llamar a un sacerdote para que le administrara el sacramento de la Unción de Enfermos (que antiguamente se llamaba Extremaución, pero se le cambió el nombre porque no es para el último momento, sino para cualquier enfermo más o menos grave). Desde el sacramento (que es de sanación: espiritual y muchas veces física), empezó a mejorar hasta el punto de llevar una vida normal, comiendo de todo, subiendo escaleras (descansando un poquito en cada rellano) y conduciendo su coche cada día. Así durante estos tress años extra que ha tenido de vida. ¡Gracias, Señor!
El principal agradecimiento a Dios es que la tenga con El en el Cielo, que la haya creado, que podía no haberla creado ni haber creado a nadie. Pero El, que es todo Amor, nos ha creado y nos ha regalado a Sí mismo: lo que llamamos Cielo, y encima ha muerto por nosotros para perdonarnos los pecados. ¡Qué bien está ahora mi madre en los brazos del Padre Eterno y de la Virgen!
¡Cómo me ha cuidado el Señor a mi madre! Ha sido una correspondencia a mi amor a la Santísima Virgen María. Dios no se deja ganar nunca en generosidad. Siempre vence Él en ese pulso. Y yo he dedicado toda mi vida, desde hace años, a aliviar los sufrimientos de su Madre, de la Virgen. Todos los días digo: "Señor, te ofrezco toda mi vida y en concreto este día, para aliviar la pasión de nuestra madre, la Santísima Virgen María". Y El, en correspondencia que salda con creces, me ha tratado también muy bien a la mía. Por lo poco que haya hecho yo, el me ha devuelto el mil por uno.
Porque también he de agradecerle el que mi madre me haya tenido a mí todos estos años para asistirla. No me he casado, pero tampoco he querido apartarme de ella, consciente de que no podía estar sola. Era muy alegre pero acusaba bastante la soledad, y más en estos últimos años en que estaba llena de achaques: pesos en el estómago por comidas que le sentaban mal, angustias, nerviosismo que a veces le impedían dormir bien, cansancio físico... Podía haberme ido de casa por mil causas, pero el Señor me había puesto allí casi sin yo quererlo; yo mismo fui el regalo para mi madre que yo esperaba que le diera Dios: alguien que le asistiera, que le hiciera la comida y la cena, que le acompañara para que no se sintiera sola en casa y tuviera alguien con quien hablar, que le diera un leve masaje en la espalda para que se durmiera cada noche, que le animara a creer e ir a misa... Eso me ha "esclavizado" dulcemente, porque no podía salir por las noches, no podía tener la movilidad laboral de cualquier persona, pero eso ha sido parte de mi Cruz. En cambio, gracias a que el Señor me ha utilizado como instrumento, mi madre ha sido atendida como una reina, igual que yo quiero tratar a Su Madre, la Virgen. Muchas veces pensaba: ¡Señor, cuánto debes querer a mi madre, que le has dado a alguien que esté con ella; y cuánto me debes querer a mí que has dado a mi madre alguien que la trate así! Ella dice de mí que soy un ángel, y yo -sin merecerlo porque ha sido más bien por que no podía hacer otra cosa- me he sentido como un ángel, como un enviado del Señor para una misión. Sólo soy un miserable por mis grandes defectos y pobrezas, pero puedo decir que he sido ángel, he trabajado de ángel, como muchas personas que también lo son (pienso ahora en las madres de hijos deficientes; ésas hasta con alas).
Sería tan largo detallar la lista de regalos que tengo que agradecer. El que mi madre, que tanto le gusta airearse y conducir, haya estado buena parte de su vida conduciendo y sin un sólo accidente de tráfico en años y años, que haya disfrutado tanto, que haya estado siempre rodeada de cariño entre todo el que la conocía (porque ha sido una persona que alegraba y animaba a todo el que se encontraba, sobre todo si estaba triste o deprimido. Tiene una facilidad increíble para dar luz. De hecho decoró toda la casa con tonos amarillos, naranjas, blancos, azules claro, muebles alegres, sin obsesión por el orden, con figuritas graciosas y positivas, nada oscuro ni con matices profundos o serios... Cada persona que visitaba mi casa se asombraba y alababa de lo que veía, de la alegría y el bienestar que emanaba de la decoración...
También he de agradecer el que estuviera en relación con mis dos hermanos, que le llamaban con mucha frecuencia, y con sus nietos, a quienes veía cada domingo. Eso es muy importante, sentirse querida.
Las crucecitas que tuvo que soportar, como la falta de dinero, la enfermedad, el mal matrimonio que acabó en separación, la muerte de sus padres, etc. fueron endulzadas con multitud de bienes y consuelos, y sobre todo con su carácter alegre, positivo y con iniciativa. ¡Cuántas gracias tengo que darte, Señor! Y que podías habértela llevado antes y la has hecho durar hasta los 73 años. O podías habertela llevado después, que también tiene una parte negativa que le has querido ahorrar, porque aunque hubiera vivido más años habría tenido que soportar las limitaciones de la senectud, que en un espíritu joven como el suyo hubieran supuesto una dura prueba al verse impedida y con achaques constantes -como ya venía sucediendo-. ¡Gracias, Señor, porque ya le has quitado todo eso y está contigo siendo inmensamente feliz!
También el que me haya dejado en herencia un piso y un bajo comercial, así como otros pisos para mis hermanos, cuando podía haberlos vendido y yo así le insistía para que lo hiciera. También que haya iluminado mi vida con su alegría y su carácter, porque es posible que, igual que yo le asistía, también ella con su luz y ánimos me daba energía a mí, más que yo a ella.
Gracias también por cómo no me he venido abajo con este suceso, sino que he comprendido su sentido sobrenatural y el Espíritu Santo me ha llenado del don de la Fortaleza. También siento el ser otra persona, más bueno, con más sentido y claridad de lo que es la vida, con más valor y con otra perspectiva radicalmente distinta a la de antes. Antes concebía más la vida para disfrutar, aunque con un objetivo de fondo trascendental, pero más bien como un Cielo en la Tierra. Dios era para mí un hobby más, una parcela más de mi vida, en vez de ser la única, la que da sentido a todas las demás, que se supeditan a ella. Ahora está Dios en el centro de mi vida y todo lo demás no tiene brillo sino es en su relación con el Señor.
También he perdido el miedo a la muerte, porque aunque tenía Fe y Esperanza y conocía de qué se trataba, que era en realidad un nacimiento en vez de una muerte, la verdad es que era un camino oscuro, desconocido, y eso da miedo. Sin embargo, ahora que ha pasado mi madre por ahí; ya no me da miedo, ya podría pasar tan pronto Dios quisiera. Es un camino familiar y no sólo ya no me da miedo sino que veo con mucho agrado ese momento. Tengo ganas de vivir y también tengo ganas de que llegue ese viaje a la Luz. Cualquiera de las dos perspectivas me ilusionan: vivir y morir. Así que me atengo a lo que disponga para mí la Voluntad del Señor. Cuando Él quiera, como Él quiera, donde Él quiera. Teniendo a mis dos madres en el otro lado y velando por mí, todo se hará de la manera más favorable.