Presentación, psicología, técnicas teatrales,...
#168903 por Serdna
09 May 2014, 11:21
Estoy leyendo el libro de Daniel Gilbert: Tropezar con la felicidad. Y he descubierto que tiene muchas aplicaciones a la magia. No solo porque en alguno de sus capítulos habla de la magia, sino porque es un libro de psicología que precisamente por eso explica muchos de los mecanismos psicológicos que subyacen a los juegos de magia. Por ejemplo, copio un extracto del libro donde explica la psicología de algo que ya sabemos los magos por experiencia: por qué los acontecimientos inexplicados (como podría ser el efecto de un juego de magia) aumentan su impacto emocional (en el público), y cómo si son explicados (si se sabe el truco) pierden ese impacto, y cómo eso ocurre aunque esa explicación sea falsa (aunque el espectador no sepa el truco real pero crea que sí lo sabe). Me parece evidente que esto refuerza la teoría de las pistas falsas de Tamariz y otras teorías sobre la construcción de los efectos: no solo que el efecto sea muy fuerte (poco frecuente) sino a poder ser que sea único e imposible (nada frecuente en ningún sentido), y que no tenga ninguna explicación posible que el público pueda imaginar.

“Los acontecimientos inexplicados tienen dos cualidades que amplifican y aumentan el alcance de su impacto emocional. En primer lugar, nos impactan por ser poco frecuentes. Si le digo que mi hermano, mi hermana y yo nacimos el mismo día, le parecerá raro y poco frecuente. En cuanto le explique que somos trillizos, lo encontrará bastante menos raro. De hecho, cualquier explicación que le hubiera dado (“Con "el mismo día" quiero decir que nacimos todos un martes” o “Todos nacimos por cesárea, así que mis padres programaron nuestros nacimientos para obtener el máximo beneficio fiscal”) tendería a reducir lo sorprendente de la coincidencia y haría que el hecho pareciera más probable. Las explicaciones nos permiten entender cómo y por qué ha ocurrido algo, que nos permite de inmediato entender cómo y por qué podría volver a suceder. De hecho, siempre que decimos que algo no es posible -por ejemplo, la adivinación del pensamiento, la levitación o una ley que limite el poder del mercado- nos referimos, por lo general, a que no tenemos forma de explicarlo si ocurriera. Los acontecimientos inexplicables parecen poco frecuentes, y lo poco frecuente suele tener un impacto emocional mucho más importante que los acontecimientos cotidianos. Nos sentimos maravillados por un eclipse de sol, pero sólo impresionados por el ocaso pese al hecho de que este último constituya un placer visual mucho mayor.
La segunda razón por la que los acontecimientos inexplicados tienen un impacto emocional desproporcionado es que tendemos a seguir pensando en ellos. Siempre intentamos explicar lo ocurrido, y hay estudios que demuestran que, cuando no terminamos las cosas que hemos empezado a hacer, solemos pensar en ello y recordar con frecuencia esos asuntos inacabados. En cuanto explicamos el acontecimiento, podemos ponerlo a secar como la colada recién lavada, meterlo en el cajón de la memoria y pasar a lo siguiente. Pero si un acontecimiento es un desafío para la explicación, se convierte en un misterio o un enigma, y si hay algo que todos sabemos sobre enigmas misteriosos es que les damos vueltas y más vueltas. Los cineastas y novelistas se aprovechan de este hecho dando a sus narraciones finales misteriosos, y las investigaciones demuestran que existen más probabilidades de que sigamos pensando en una película cuando no podemos explicar qué le ocurrió al protagonista. y si nos ha gustado la película, ese bocado de misterio nos hace felices durante más tiempo.
La explicación quita a los acontecimientos su impacto emocional porque hace que parezcan probables y nos permite dejar de pensar en ellos. Resulta extraño, pero esa explicación no tiene que explicar nada para conseguir ese efecto; basta con que lo simule. (…) Al parecer, incluso una explicación falsa hace que podamos olvidar un acontecimiento y preparamos para vivir el siguiente”. (Gilbert, Daniel. Tropezar con la felicidad. Barcelona: Destino, 2006. pp. 208-209).

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