Voy a contar una historia que pensareis que me he inventado. Sin embargo es tan cierta como que Dai Vernon tenía bigote. A S. Juan Bosco pongo por testigo.
En una ocasión me encontraba rodeado de gorilas. Lo menos había seis o siete. Tuve que adentrarme allí porque se había perdido un niño de seis años y todo indicaba que podría andar entre esos pedazos de simios enormes y con cara de pocos amigos. Minutos después logré salir con el niño sano y salvo, aunque yo acabé con media cara ensangrentada, un fortísimo golpe en mi pómulo izquierdo, las gafas rotas por tres sitios y un susto de mil demonios.
Ya puestos, hablando de demonios, os cuento otra aventura que viví, igual de verídica que la anterior. Lo primero que hice cuando crucé el océano, fue ayudar al padre de un guerrero bárbaro a encontrar diablos, algo que él solía hacer cuando se encontraba allí donde le encontré. Tuvimos suerte y regresamos con un horroroso diablo acompañándonos.
Ambas historias son ciertas y no he mentido ni una pizca. Aunque no lo he contado todo.
En la primera, Daniel , mi hijo pequeño, se metió en el pasillo que daba al recinto de los gorilas, que se encontraban tras unas cristaleras en el zoo de Madrid. Entre que estaba bastante oscuro y que yo caminaba hacia un lado pero mirando hacia otro, en busca de Daniel, me embistió en la cara una enorme columna de cemento –pero enorme de verdad- . Me di un porrazo impresionante, vi las estrellas, rompí las gafas y tuve que ir a un centro de salud a que me repararan el rostro.
La segunda aventura ocurrió justo al llegar a México, donde había sido invitado a una especie de congreso de humoristas gráficos. Al primero que conocí fue, ni más ni menos, que al gran Sergio Aragonés, una leyenda del cómic, creador de Groo el bárbaro –los aficionados sabrán de quién les hablo-. Groo es una especie de Conan pero con gran nariz y mucho humor. Aragonés es, por tanto, su padre. Nos encontrábamos al lado de un mercadillo navideño –estábamos a finales de noviembre-, con tenderetes repletos de figuritas para el belén. Resulta que en México es costumbre que haya una figurita del diablo en los nacimientos, y resulta que mi nuevo amigo los colecciona cuando va a México –aunque es español y vive en USA, cruza la frontera con frecuencia-, así que me dijo que le acompañara y con él que fuí.
Creo que con estas historias he hecho lo mismo que hacen los magos con sus juegos, mostrando sólo lo que quieren, surge la magia. Escondiendo algunos datos, guardándolos en secreto, ocurre lo fantástico.
Muchas cosas que nos pasan podrían ser mágicas para los demás, podrían convertirse en cuentos asombrosos, si hacemos como hacen los ilusionistas, mostrar sólo algo, aunque nada sea mentira. “Y mira qué pasa –en Fuera de Este Mundo-, las cartas las he puesto donde tu me has dicho, yo no he cambiado ninguna carta, y sin embargo, están todas las azules juntas y todas las rojas juntas”. Cierto… y mágico. Como los gorilas y los diablos.
Ya sé que esto no aporta gran cosa a vuestros saberes mágicos, pero llevaba rumiándolo cierto tiempo, y como ahora ando de medio vacaciones…
En una ocasión me encontraba rodeado de gorilas. Lo menos había seis o siete. Tuve que adentrarme allí porque se había perdido un niño de seis años y todo indicaba que podría andar entre esos pedazos de simios enormes y con cara de pocos amigos. Minutos después logré salir con el niño sano y salvo, aunque yo acabé con media cara ensangrentada, un fortísimo golpe en mi pómulo izquierdo, las gafas rotas por tres sitios y un susto de mil demonios.
Ya puestos, hablando de demonios, os cuento otra aventura que viví, igual de verídica que la anterior. Lo primero que hice cuando crucé el océano, fue ayudar al padre de un guerrero bárbaro a encontrar diablos, algo que él solía hacer cuando se encontraba allí donde le encontré. Tuvimos suerte y regresamos con un horroroso diablo acompañándonos.
Ambas historias son ciertas y no he mentido ni una pizca. Aunque no lo he contado todo.
En la primera, Daniel , mi hijo pequeño, se metió en el pasillo que daba al recinto de los gorilas, que se encontraban tras unas cristaleras en el zoo de Madrid. Entre que estaba bastante oscuro y que yo caminaba hacia un lado pero mirando hacia otro, en busca de Daniel, me embistió en la cara una enorme columna de cemento –pero enorme de verdad- . Me di un porrazo impresionante, vi las estrellas, rompí las gafas y tuve que ir a un centro de salud a que me repararan el rostro.
La segunda aventura ocurrió justo al llegar a México, donde había sido invitado a una especie de congreso de humoristas gráficos. Al primero que conocí fue, ni más ni menos, que al gran Sergio Aragonés, una leyenda del cómic, creador de Groo el bárbaro –los aficionados sabrán de quién les hablo-. Groo es una especie de Conan pero con gran nariz y mucho humor. Aragonés es, por tanto, su padre. Nos encontrábamos al lado de un mercadillo navideño –estábamos a finales de noviembre-, con tenderetes repletos de figuritas para el belén. Resulta que en México es costumbre que haya una figurita del diablo en los nacimientos, y resulta que mi nuevo amigo los colecciona cuando va a México –aunque es español y vive en USA, cruza la frontera con frecuencia-, así que me dijo que le acompañara y con él que fuí.
Creo que con estas historias he hecho lo mismo que hacen los magos con sus juegos, mostrando sólo lo que quieren, surge la magia. Escondiendo algunos datos, guardándolos en secreto, ocurre lo fantástico.
Muchas cosas que nos pasan podrían ser mágicas para los demás, podrían convertirse en cuentos asombrosos, si hacemos como hacen los ilusionistas, mostrar sólo algo, aunque nada sea mentira. “Y mira qué pasa –en Fuera de Este Mundo-, las cartas las he puesto donde tu me has dicho, yo no he cambiado ninguna carta, y sin embargo, están todas las azules juntas y todas las rojas juntas”. Cierto… y mágico. Como los gorilas y los diablos.
Ya sé que esto no aporta gran cosa a vuestros saberes mágicos, pero llevaba rumiándolo cierto tiempo, y como ahora ando de medio vacaciones…