Aquí caben muchos temas. Me gustaría comentar ahora uno de ellos.
Hay personas que lo pasan mal cuando asisten una sesión de Ilusionismo, sobre todo si es de escena. El motivo de que lo pasen mal es que TEMEN QUE EL ILUSIONISTA LES SAQUE A AYUDARLE. Y no es solamente porque recuerdan ejemplos donde el ejecutante ha ridiculizado a su espectador ayudante o no le ha tratado con el debido respeto, sino porque no les gusta convertirse en el centro de atención de todas las miradas por multitud de razones: timidez, baja autoestima, ir con un calzado no apropiado y que esperaban que nadie reparara en él o "unos pelos horribles, hija", complejos físicos, tartamudez cuando tenga que contestar, torpeza si tienen que hacer algo o comprender alguna instrucción, nervios,... Y encima preven que van a estar más torpes o nerviosos todavía por tener miedo, con lo que entonces tienen más miedo aún.
Creo que no hablo de casos para ir directamente al psicólogo de guardia, no hablo de terrores exagerados o fobias, sino de una aversión a que te saque el ilusionista a ayudarle que les hace estar incómodos y no respirar tranquilos hasta que no ha terminado el espectáculo.
Yo opino que el ilusionista debiera aclarar que va a pedir colaboración, pero que no va a sacar a nadie por propia iniciativa sino que siempre va a preguntar quién quiere salir, con la promesa de que la persona que salga va a ser tratada como un rey o una reina, con el máximo respeto. Eso, o bien decir que si alguna persona prefiere no salir, que le haga con el dedo un gesto negativo cuando el ilusionista se dirija a ella a preguntarle, y entonces no saldrá, con el fin -se dice- de que el que no desee salir esté tranquilo porque no lo hará. (Esto último es lo que dice Juan Tamariz - o decía en una ocasión en que asistí a un espectáculo suyo en un teatro-). Creo que no serviría decir solamente: "¿Te importaría ayudarme?" Porque aunque la frase incluye una pregunta, es una fórmula hecha que en realidad no espera respuesta, y eso se capta. Tiene que quedar claro que si uno no quiere no sale, sin tener para ello que oponer la más mínima resistencia.
¿Para qué sirve esto? A nosotros, para nada. A algunas personas del público, tampoco. Pero a otras les va a suponer la diferencia entre disfrutar del espectáculo o estar sufriendo en los momentos en que acaba un truco y empieza otro, ya con un espectador que no es él.